4.1.15

El mayor error de mi vida

Voy a contar una historia 100% real que no he contado nunca a nadie. Creo que me ha dado por contarla después de contestar a las dos de la madrugada una pregunta en mi ASK

Empecé a jugar en el año 1998. De mis dos años de benjamín y primer año de alevín sólo recuerdo a mis entrenadores. Me entrenaron unos jóvenes Jacobo y Gustavo Usagre (ahora compañeros míos en la junta directiva del club) y una de las mejores entrenadoras y que más cariño le tengo como es Cristina Ronda. 

No me acuerdo exactamente del nivel que tenía entonces, se que al principio no me atrevía a botar la pelota hasta que un día me di cuenta que no me la robaban tanto como pensaba que harían y me hice la dueña de los contraataques del equipo a base de no bajar a defender (ma' o menos como ahora JAJA) y poco más. 

Y llegó la temporada 2001/2002. Es decir, cuando era alevín de segundo año (11-12 años). Antes de empezar, me llamó Fina, mi nueva entrenadora, diciéndome que éste año no jugaría con el alevín, sino que habían decidido subirme al infantil, por lo que entrenaría y jugaría con ellas. No sabéis como me sentí, estaba exultante, se lo decía a todo el mundo. No recuerdo por qué me subieron (creo que les faltaba niñas en infantil y sobrarían alevines), pero fui muy feliz, hasta hice un dibujo con un "infantil femenino" bien grande. 

Empezó la temporada. La mayoría de jugadoras de uno y dos años más que yo las conocía. La entrenadora me tenía algo mimada, el grupo era algo rebelde y yo era una jugadora cumplidora, callada y que nunca daba problemas y me hacía de querer. Eso y la habilidad que cogí en meter triples a tablero desde los costados. No me costó mucho el cambio, la verdad. Además, me encantaba ir al pabellón (dado que hasta entonces había entrenado en el colegio Vicente Tena, era otro de los cambios). El día que faltaban alevines iba a reforzarlas y jugaba con una insultante superioridad. 

Pero empezaron los problemas. Ya se metían conmigo porque yo no me duchaba como las demás después del entrenamiento, pero ey, lo siento, viviendo justo al lado del pabellón siempre me ha parecido una tontería (es más, ahora si no me tengo que quedar después del entreno o partido en el pabellón me ducho en casa... no creo que pase nada); pero claro, las niñas podían ser algo crueles. 

Pero mirad si la cosa está mal. Mirad si la peña no está muy pillada... Había una jugadora, nacida en el 89 (un año más que yo) que yo conocía de toda la vida dado que íbamos al mismo colegio (e iba a la misma clase y era amiga de mi hermano Álvaro, tanto que fui a un cumpleaños suyo con él dado que nos invitó a los dos); una base muy buena que doblaba toda la vida con las mayores. Eso si, un carácter bastante fuerte, mucha mala leche y una ida de olla impresionante (y otras cosas que también perjudicaban su comportamiento, pero creo que con esto tenemos bastante). Eso si, era un amor de persona cuando quería, con quien ella quería y durante mucho tiempo me trató bien. Era popular en el colegio, en el equipo, una líder de las de verdad. ¿Qué pasó?. ESTO ES EXACTAMENTE lo que hizo que todo cambiara:

Estaba en mi colegio, el María Inmaculada de Jávea, colegio concertado dirigido por obreras de la cruz (aunque popularmente llamadas monjas). Y yo, como siempre, me había llevado un balón para jugar a la hora del comedor, siempre lo llevaba y jugaba con quien hubiera por la pista de fútbol. Pero estábamos dentro de la recepción, lugar donde no había lugar para chiquilladas y se me ocurrió botar el balón un par de veces y salió una de las mujeres con mucha mala hostia que me daba un miedo terrible y me riñó con que no se podía botar ni jugar con el balón allí dentro. Menuda bronca me llevé. Al cabo de un rato apareció esta chica que os digo y me pidió el balón para botarlo. Yo le dije que no porque nos iban a echar la bronca y se molestó. Tanto se enfadó por eso que luego el entrenamiento fue insoportable. Pasaba por mi lado y me pegaba golpes, faltas continúa durante el partidillo, ni siquiera me miraba para pasarme el balón y ya me hizo la cruz del todo cuando en un ejercicio de pases, al no estar mirando, recibió un balón mío con el cuerpo. Ahí se acabó todo. Al ser la líder, empezó a contar mentiras a las jugadoras más fuertes del equipo sobre mi y la mayoría se puso en mi contra. 

¿Y yo? Agaché la cabeza y lo soporté lo mejor que pude. ¿Resultado? En verano le dije a mi madre que no quería continuar jugando. Se que le sentó mal y ojalá me hubiera obligado a seguir. 

Me cambié de deporte durante dos años, los que hubiera sido infantil. Practiqué kárate y no se me daba mal, pero no era lo mismo, os lo aseguro.

En el verano del 2013, con trece años, no se exactamente que sería, que estarían jugando, que torneo, pero vi a las jugadoras de la selección española jugar por la tele. Y me volvió ese gusanillo, esa emoción, que sólo puede dar el baloncesto. Y decidí volver a apuntarme. Y entonces me resbalaban las críticas, la verdad. Eran casi las mismas jugadoras que anteriormente, pero subieron del infantil al cadete a mi mejor amiga de toda la vida por lo que, con ella y una de las mayores que siempre nos habíamos llevado bien, hicimos mucha piña. El resto que antes me había acosado me dejaban en paz.

Ese año jugué muy mal, toda la confianza en mi juego que tenía se había esfumado en esos dos años, volvía a ser la jugadora tímida del principio. Pasé por mis años cadetes sin pena ni gloria, aunque fuimos campeonas de liga ese primer año, yo me lesioné en el primer partido, mi primera lesión y la más grave de mi vida que me mantuvo dos meses alejada de las pistas. 

En mi segundo año cadete teníamos un incompetente como entrenador y, al estar mi "amiga" y las mayores en junior, tuve que dar un paso adelante y ese año comenzó de nuevo mi progresión hacia arriba. 

Y llego mi año juvenil. Hablo de la temporada 2006-2007. De primer año. Éramos pocas jugadoras y volvieron a subir como era costumbre a mi mejor amiga que era cadete de segundo. Fue el año que exploté como referente anotador del equipo. Mientras, la jugadora conflictiva del equipo perdía protagonismo, aunque seguía teniendo a la mayoría a su favor. Que pena, que haya bandos dentro del mismo equipo. Todo el mal rollo empezó de nuevo al contar yo, mi mejor amiga y otra chica con más minutos que el resto. Y era fácil: era las que íbamos a entrenar. Y la chica conflictiva, al no poder conmigo, tuvo otro objetivo: mi mejor amiga. Dos años más joven que ella, jugando en la misma posición y "robándole" los minutos. Y empezó el caos. Empezó a hacerle a ella lo mismo que me hizo a mi de pequeña Y ESO SI QUE NO. Por ahí no vuelvo a pasar. Eso no se lo hacen a ella, así que me metí por medio y ahora si tenía carácter y confianza para hacerlo. Intentó volver a poner a las del equipo en nuestra contra, pero ya no éramos tan niñas y acabó pasando lo que tenía que hacer: la echaron del club. Podría contar situaciones concretas para hacerse una idea de lo que era vivir todo eso, situaciones de insultos, peleas, balonazos, acoso, mentiras, acusaciones falsas... de todo.

No he vuelto a hablar con ella desde entonces y no creo que nunca pase. 

Eso si, que cualquiera de mis jugadores alevines o infantiles haga burla de uno de sus compañeros, rivales, árbitros, padres o cualquier persona relacionada o no con el baloncesto y se pasará hasta final de temporada corriendo y haciendo flexiones y no hay discusión alguna sobre ello.

Y ese fue el mayor error de mi vida: dejarme llevar por el miedo y abandonar el baloncesto.

Menos mal que recapacité. Força.

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