8.11.13

Relato (Primera parte)

(Relato ficticio, inspirado en hechos reales pero que nace exclusivamente de la imaginación de la autora)

Érase una vez un pueblo. Un pueblo de la costa. Un pueblo muy bonito, lleno todo él de espectaculares paisajes, un grandioso clima y un buen contraste; todo esto era debido a que estaba situado entre cabos y montaña, formando una extraña y exótica mezcla entre playas y calas y protuberancias montañosas. Por esto, este pueblo no estaba muy bien comunicado: para acceder a él tienes que ir a propósito, la carretera general sólo pasa por el pueblo vecino, no hay tren, pues tendría que desviarse mucho y los autobuses hasta las ciudades grandes cercanas tardan mucho tiempo en llegar. Sin embargo, sus costumbres marineras, la agricultura y, mucho después, del turismo, han llevado a este pueblo a convertirse en una ciudad pequeña, y su tranquilidad a muchas extranjeros y jubilados a decidir ir allí a pasar el resto de sus vidas.

Como en cualquier pueblo, los chiquillos se divertían en la calle practicando los diferentes deportes existentes: el fútbol y la pilota eran los más populares. Sin embargo, pronto, aquellos a los que no les gustaban los arriba mentados, escogieron otra pasión: el baloncesto. La gente decía que los que lo practicaban era porque eran malos con los pies, pero ellos pasaban.

Jugaban en una vieja pista situada en un colegio, con suelo y gradas de cemento. Los demás jóvenes del pueblo se acercaban a ver los partidos, nada más divertido que sentarte con las amigas y unos dulces en los escalones donde se sentaba el público a ver aquel deporte. Buen plan para un día de sábado.

Pronto también hubo un equipo de quinceañeras que se animaron a jugar al baloncesto. Las entrenaba su profesora de gimnasia del colegio. Su equipación de juego era una simple camiseta blanca y faldita, a las cuales habían hecho en clase de manualidades unos dorsales y sus madres los habían enganchado con imperdibles. 

Hubieron anécdotas de muchos colores y trazos, en aquella vieja pista de cemento gris, junto a la pista de atletismo. Muchos partidos ganados, muchos jugadores pasando por la pista, mucha afición, aros que se rompían por la afición a matar la bola agarrándose... una de las chicas del equipo femenino tuvo que dejárselo al ponerle gafas, por la inexistencia de lentillas y el temor a rompérselas jugando... 

Al cabo de poco tiempo, se fundó el club. Era un paso normal: había suficientes jugadores y jugadoras, suficiente afición, el comienzo de una cantera, como para formalizar las cosas. Quien se decidió a formarlo era un gran aficionado del equipo de baloncesto de Badalona, por cierto.

Pasó el tiempo y el club fue creciendo, pero algo marcó su historia y el corazón de los jóvenes e intrépidos jugadores: en un entrenamiento normal, de un día normal. Eran tiempos más antigüos y practicaban este deporte con los materiales que buenamente podían disponer. Como aros de hierro puro o canastas con pies cuadrados, de los de antes, de los de antaño, de esos que en la actualidad intentan que desaparezcan o estén protegidos. Esto condenó a nuestro compañero. Nuestro colega. Se resbaló y se golpeó. Murió...

Marcó a todo un pueblo, a todo un club, no sólo a su familia, sino a esa familia que fue naciendo y creciendo durante esos años.

CONTINUARÁ.

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